El famoso actor inglés, que dio vida al memorable Charlot, convirtiéndose en un imprescindible para los amantes del cine, era hijo de una cantante de cabaret –gitana- y de un actor de la misma etnia.
Hasta donde se ha logrado saber, este misterioso pueblo al que no sólo debemos a Chaplin sino que a toda una larga lista de artistas y otros personajes relevantes de la cultura, llegó a Europa desde el Norte de la India, específicamente de la región del Punjab y el Sinth, huyendo de las conquistas musulmanas y las invasiones mongolas.
Al cruzar Persia, los inmigrantes procedentes de distintas tribus se casaron y unieron entre sí, dando origen al pueblo Dom o Rom. A medida que el tiempo pasó, fueron evadiendo las hambrunas, los hunos, las guerras y persiguiendo, al mismo tiempo, el anhelo de encontrar un lugar donde establecerse. Fue el surgimiento de un pueblo nómada, cuya bandera tiene en el centro una rueda roja que simboliza los carros sobre los que solían desplazarse. Es posible que, en busca de un clima soleado, atravesasen el Bósforo para establecerse en el sur de Grecia o pequeño Egipto , y es incluso factible que el primer territorio europeo pisado por este pueblo haya sido Corfú. Desde allí, se fueron extendiendo por toda Europa. Al llegar a la Península Ibérica, se identificaron como provenientes del pequeño Egipto. Alfonso V de Aragón les da un salvoconducto para cruzar su reino, y desde entonces se les comienza a conocer como egiptanos, antecedente inmediato de la palabra castellana “gitano”. Ellos a sí mismos se dicen Romà, en su propia lengua, el romanò.
Al principio, fueron bienvenidos en las tierras ibéricas. Incluso en Andalucía, llegaron a integrarse de tal manera que gran parte de su música y su tradición literaria – siempre oral – dio origen a formas castellanas que hoy en día se consideran la quintaesencia de lo Andaluz. Palabras tan castizas como chaval provienen del idioma romanò. Sin embargo, la generalidad de Europa les comienza a mirar con malos ojos: no les pueden controlar, vagan de un lugar a otro y pronto comienzan a transformarse en el chivo expiatorio de los crímenes que pudiesen cometerse mientras ellos estaban de paso. Ya en ese tiempo, aparece la leyenda de que los gitanos raptan a los niños – o, peor aún, que se los comen. De todo ello, surge un extraño argumento literario que consiste en el rapto del hijo (o hija) de un noble, que se cría entre gitanos pero que, finalmente, logra ser reconocido en algún momento por su progenitor, generalmente gracias a que el mentado heredero tiene ciertas características en su forma de ser que le hacen distinto a la chusma con la que pasa sus días; esencia que, a su vez, han intentado los raptores doblegar por todos los medios, sólo para ver sus esfuerzos reducidos a un sonado fracaso. El raptado no sólo parece un noble sino que, efectivamente, es un noble. Suponer lo contrario sería subversivo, y aceptar que alguien que no es un noble pueda, asimismo, parecerlo y actuar como tal con toda la naturalidad que brinda la autenticidad, implicaría una igualdad de facto entre la sangre plebeya y la sangre azul.
El primero en explotar este último argumento, es Víctor Hugo en Nôtre Dame de Paris, novela que, seguramente, muchos conocen de pasada por la versión edulcorada – y con final feliz incluido- que produjo la factoría Disney. En el original, la gitana Esmeralda descubre que es hija de una prostituta; la chica es devuelta por los gitanos a su mundo como una mujer honorable que, finalmente, muere por culpa de la lascivia de un representante de la alta sociedad – un malvado archidiácono. El libro, con jorobado incluido, resultó ser un escándalo para la época. Igualmente, Sir Arthur Conan Doyle da un tratamiento ennoblecedor a este pueblo vilipendiado, en su novela The Speckled Band. Allí, muchos de los personajes muestran abiertamente prejuicios anti romaníes. En la obra, se produce una muerte en extrañas circunstancias y todo el mundo culpa a los zíngaros del deleznable asesinato. Finalmente, Sherlock Holmes encuentra al culpable (que resulta ser un miembro de la muy honorable sociedad británica) y, de paso, lava la manchada inocencia de un grupo humano que ha sido injustamente acusado.
No obstante, son muchos y, quizás demasiados, los ejemplos de aquellos que se hicieron eco del prejuicio, sin darse la molestia de probar el principio sobre el cual cimentaban su historia. Recurriendo la consabida técnica retórica de “… como ya todos sabemos”, daban por cierto el estereotipo de una manera tan natural y tan segura, que ni el genial Cervantes logró librarse de ello, utilizando en varias oportunidades el recurso dramático de infundir preocupación por puertas inseguras, o ventanas abiertas, ya que había gitanos acampando en las afueras del pueblo. El resultado de todas estas historias, mejor o peor contadas por escritores de profesión o por alcahuetas de barrio, y repetidas hasta la saciedad a lo largo de casi seiscientos años, es la conformación de una estructura rígida desde la cual se hace muy difícil, por no decir imposible, salir. Un gitano que busque trabajo o pertenencia en un grupo que no es el suyo, lo tiene muy difícil – precisamente porque, al ser gitano, se le suponen una serie de atributos: ladrón, charlatán y mentiroso podrían encabezar la lista, seguidos de desordenado, sucio y bueno para armar la fiesta. El resultado será, por lo general, que la persona en cuestión se quedará sin poder acceder a trabajo o redes sociales más amplias, y muchas veces tendrá que recurrir a la mendicidad para lograr subsistir – o al robo, si la necesidad aprieta. Y como sin dinero no hay moda que se nos plazca en arreglarnos la figura, es muy probable que acaben por vestir de una manera que a ciertas personas con la nariz demasiado respingada les parecerá desordenada o sucia. Por otra parte, comparte este grupo social características comunes a todos los grupos y etnias marginales y excluidas del mercado social y laboral oficial: altas tasas de alcoholismo o drogadicción; una frustración enorme que acaba por manifestarse en violencia u otros trastornos de la conducta social; una autoestima por los suelos, que aniquila cualquier atisbo de esperanza y que conforma una imagen personal deplorable, labrada en los miles de momentos en que, por simple comparación, pudieron concluir que ellos no estaban “dentro” del grupo que siempre remataba todas las fiestas bailando con la más bonita. En resumen: abulia, desesperanza y embriaguez. Al menos, entre borrachos nadie les discriminará. Basado en estos estereotipos e imágenes socialmente construidas a lo largo de siglos, Hitler los metió en campos de concentración, y los gaseó e incineró junto a judíos y homosexuales.
Como colofón, una cosa aún peor: tal pareciera que no sólo son gitanos los gitanos. Todo lo que acabo de exponer se ajusta como un guante, por ejemplo, a la realidad mapuche. Dicho sea de paso, ¿cuántos de los lectores de este artículo sabrán que el Estado de Chile tuvo, a finales del siglo XIX, una política expresamente dirigida a alcoholizar al pueblo mapuche, con tal de facilitarse el trabajo de ir poco a poco reduciéndolos a comunidades cada vez más pequeñas y, al mismo tiempo, ir quitándoles sus tierras y socavando su resistencia mediante la atomización de su tejido social? ¿Sabían, acaso, que el Nguillatún nunca incorporó el alcohol, y que éste fue un agregado del hombre blanco, para poder embrutecerles y facilitar el engañarles en los tratos que se celebraban?
Un agregado, y con esto ya quiero concluir: muchos de nosotros, sabiéndolo o no, desde nuestro rol de escritores, hemos acabado por apuntalar los prejuicios sobre los gitanos, los mapuches y todo el resto de la humanidad. ¿No ha pensado acaso, estimado lector o simpática lectora, que quizás sea Usted un gitano o una india indeseable para más de alguno que le esté mirando en este momento? Y, ya lo podemos verificar en la historia, dará igual si es usted realmente indio o gitano porque, para nombres, ya podemos regodearnos: momios, comunistas, vende patrias, antirrevolucionarios, judíos, machorras viciosas, maricones degenerados, inmigrantes extracomunitarios, negros asquerosos, catalanes agarrados, vascos separatistas, palestinos asesinos, mujeres adúlteras, musulmanes islamistas, cristianos infieles… Basta con que esté usted en el bando equivocado en el momento menos oportuno, y que quien la haya agarrado con el grupo al que usted pertenece, tenga el suficiente poder como para no sólo querer borrarle de la faz de la Tierra, sino que proceda efectivamente a aislarle, deportarle, ejecutarle, gasearle o incinerarle, siempre justificando estas atrocidades como necesarias para garantizar la supervivencia de la sacrosanta civilización encargada de hacer la limpieza de tal detritus humano. Agreguemos, por otra parte, que podemos afirmar sin temor a equivocarnos que, si bien puede haber algún culpable de algún delito menor entre los deportados, estoy seguro de no habrá ninguno inculpado en las estafas millonarias que han significado que Europa y todo el Hemisferio Norte se encuentre, en estos días, con la soga al cuello producto de la crisis económica sembrada por Bancos, Constructoras e Inmobiliarias.
Había pensado en dedicar mi artículo de hoy a revisar y comentar un gran poema de Paul Valéry, El Cementerio Marino. Mas, prefiero honrar con estas líneas de amargo recordatorio y denuncia a este poeta francés que se negó a prestar sus manos al régimen colaboracionista de Vichy en la II Guerra Mundial -que deportó a judíos, gitanos y homosexuales a los campos de concentración del Tercer Reich- y que luchó contra los nazis desde la Resistencia, hasta su muerte en 1945. Frente a la actual política francesa de expulsión de los gitanos rumanos, se le caería al poeta la cara de vergüenza. Los gitanos rumanos volverán a su Rumania de origen, pero allí no lo tendrán mejor. Se les tratará, en el mejor de los casos, como ciudadanos de segunda o tercera categoría -siendo, en todo derecho, ciudadanos europeos- y serán recluidos en ghettos miserables, verdaderos basureros infestados de ratas. ¿Se les acusará ahora de querer huir de las infecciones y de querer satisfacer esa mala costumbre que consiste en llevarse un pan a la boca todos los días? Todo esto, frente a la inacción de la Unión Europea – a la que Francia y Rumania pertenecen.
Quizás nos haga falta recordar que, así como Chaplin y muchos más, los gitanos, los mapuche y todos los pueblos que conforman el género humano deben luchar por sacarse de encima las tristes fotografías con que el poder intenta ocultar su dignidad y presentar como ofensa su derecho a realizarse plenamente, para entregar al mundo toda la riqueza que, desde siempre, ha habitado en el fondo de sus almas. Demasiado tiempo nos han engañado con todos estos cuentos de pésima literatura, para distraernos o justificar las ganancias y bajezas de los de siempre. Y además, y por otra parte, acaso nos haga falta recordar a nosotros, los que hacemos uso de la palabra, que también tenemos una responsabilidad social que asumir en la lucha por un mundo más justo.
Juan Claudio Alvarez
http://www.unionromani.org/notis/noti2010-09-09b.htm